Los Peligros de la Inacción
Responde rápido: si ves un accidente en la calle, ¿qué haces? ¿Te detienes a contemplar? ¿Tomas un video? ¿Huyes? ¿Llamas una ambulancia? ¿Te acercas a ayudar?
Aunque la RAE define acción como “Ejercicio de la posibilidad de hacer”, en el ámbito humano el término tiene un alcance mucho más amplio.
Acción es todo lo que hacemos, decimos, decidimos y dejamos que ocurra.
Por ejemplo, si veo que mi tostada se está quemando, pero no la saco y dejo que se queme, el resultado (una tostada carbonizada) será fruto de mi decisión de inacción.
Si, por el contrario, veo que la tostada se esta quemando y la saco, el resultado será una tostada crujiente fruto de mi decisión de sacarla y de mi pronta acción.
Las leyes de movimiento de Newton también se aplican a nuestras acciones.
La primera ley estipula que un objeto no cambiará su movimiento a menos que una fuerza actúe sobre él. La tercera ley estipula que, cuando dos objetos interactúan aplican fuerzas entre sí de igual magnitud y en dirección opuesta.
Así pues, un problema no cambiará ni será resuelto a menos que actuemos, y cada acción genera una reacción inversamente proporcional.
En 1850, el Sharpe's London Journal of Entertainment and Instruction publicó la historia "El Pequeño Héroe de Haarlem", acerca de un niño Holandés anónimo que, al notar una filtración en un dique que protegía su ciudad, detuvo la filtración con su mano hasta que los habitantes llegaran a reparar el dique, salvando así a la ciudad de una inundación segura.
Como toda leyenda, esta historia es mayormente ficción, pero ilustra un punto importante: la efectividad de una acción oportuna, y cómo incluso las acciones más pequeñas llevadas a cabo por anónimos pueden cambiar el curso de la historia.
¿Cuántos de nosotros haría hoy en día lo que hizo el pequeño héroe de Haarlem? Tal vez no muchos.
“Lo único que el mal necesita para triunfar
es que los buenos no hagan nada.” - Edmund Burke
¿Por qué no actuamos?
Son muchas las razones.
Generalmente rehusamos actuar por temor, por indolencia, por ignorancia, por apatía, por pasividad, por conveniencia, por indiferencia con nuestro entorno, por autoprotección, por convención social, por creer que "nada se puede hacer", por anhedonia.
Sin embargo, tal vez la peor forma de inacción es la omisión: saber qué esta mal, tener la oportunidad de actuar para enmendarlo, y no hacer nada.
Incluso la Iglesia Católica reserva un apartado específico para los pecados de omisión.
Todos en algún momento hemos pretendido no ver lo que nos incomoda. Preferimos “no ver, no oir, y no decir” nada. Pero ese resguardo de nuestra zona de confort termina volviéndose contra nosotros, porque tarde o temprano nuestras inacciones terminan cobrándonos la cuenta.
“El que calla otorga”, dice un antiguo dicho. Y aunque en ocasiones el silencio es la mejor respuesta, también puede ser cómplice de acciones destructivas al validarlas por inacción.
A veces se requiere valentía para romper con los bloqueos sociales y autoimpuestos para tomar acción.
Otras veces la inacción se disfraza de tolerancia, prefiriendo no actuar antes que ser tachados de censuradores o intolerantes.
Pero aunque la tolerancia es una cualidad indispensable para la armonía social, el exceso de tolerancia también puede ser dañino, allanando el campo para conductas que, si son recurrentes, terminan por debilitar y destruir la armonía social.
Vivimos en un falso concepto de realidad de que todo lo que nos rodea es inmutable y estará allí por siempre.
La verdad es que lo único permanente en la vida es el cambio, y si no cuidamos lo que tenemos, corremos el riesgo de perderlo.
Como dijo el filósofo Alejandro Vigo: “Lo racional es estar en vela ante el optimismo naif que que da por asegurado lo que se tiene, y piensa que ya no necesita ser cautelado.”
El calentamiento global y el cambio climático son un buen ejemplo de esto.
Desde mediados del s.XX, científicos de todo el mundo alertaron acerca de los peligros de continuar con la sobreexplotación de los recursos naturales, la sobrepoblación, la deforestación, el calentamiento de los océanos, la pérdida de ecosistemas, etc.
A pesar de todas las evidencias científicas presentadas a nivel mundial, las medidas tomadas para prevenir estas predicciones fueron débiles y en muchos casos tardías. El resultado de esta inacción lo sufrimos hoy y lo seguirán sufriendo las próximas generaciones.
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