Se Necesita Toda Una Aldea


De todas las cosas que podemos extrañar del pasado, tal vez la seguridad de una red de protección provista por una comunidad unida sea una de las mas importantes.

Todavía podemos escuchar historias de nuestros abuelos que nos cuentan cómo, cuando eran niños, caminaban solos a la escuela o a la tienda de la esquina, y jugaban libremente en la calle, porque todos los miembros de su comunidad estaban familiarizados y los cuidaban. 

Hoy en día, la mayoría de nosotros vivimos en grandes ciudades, encerrados en edificios de apartamentos, oficinas o automóviles, rodeados de extraños, aislados del resto del mundo, alimentados de entretenimiento violento, noticias falsas, y tendencias virales en las redes sociales.  

Los cambios provocados por un ritmo de vida más rápido, ciudades más grandes, tecnología y entornos de trabajo más competitivos, han conspirado para deteriorar nuestras conexiones sociales, nuestra salud mental y nuestra calidad de vida en general. 

No es de extrañar que los índices de soledad, depresión, suicidio y comportamiento antisocial se hayan disparado en los últimos años. 

Porque, a pesar de la independencia que hemos ganado gracias a la tecnología, y a pesar del reciente aumento del individualismo y el empoderamiento en nuestras sociedades, seguimos siendo animales sociales con rasgos evolutivos que requieren mucho más de lo que la tecnología puede proporcionar.


Se necesita de toda una aldea para criar a un niño.

Es posible que todos hayamos escuchado este dicho que, en pocas palabras, resume la sabiduría ancestral de las tribus africanas: 

"Un niño no crece en una sola casa."

"Independientemente de sus padres, la educación de un niño pertenece a la comunidad."

"Un niño no pertenece a ningún padre o familia."

No es ningún secreto que los niños adquieren sus primeros bloques de construcción de sus padres, pero incluso los bebés pequeños son influenciados por estímulos del mundo exterior - y nuestra evolución exige que así sea.

A través de los siglos muchas teorías han tratado de explicar cómo aprendemos

El psicolingüista ruso Lev Vygotsky estipuló que el desarrollo cognitivo requiere interacción social, y que el entorno social en el que el niño aprende tiene el potencial de acelerar u obstaculizar su desarrollo.

El filósofo y psicólogo social estadounidense George Herbert Mead apoyó este concepto, afirmando que la naturaleza cualitativa del aprendizaje está definida por los límites sociales de la sociedad en la que vivimos.

El psicólogo canadiense Albert Bandura fue aún más lejos en asociar el desarrollo del individuo con la sociedad, afirmando que tanto las personas como sus entornos son determinantes recíprocos el uno del otro.

Todas estas teorías apuntan a la profunda interconexión entre la sociedad y el aprendizaje.

Además, teorías recientes apuntan a la importante influencia de las emociones en el aprendizaje, lo que ha dado lugar a lecciones socioemocionales en las escuelas. 

Este aprendizaje emocional proporciona a los niños las herramientas fundamentales para funcionar en la sociedad, enseñándoles los fundamentos de la tolerancia, los buenos modales, la autoconciencia, el respeto hacia los demás, etc.  

Sin embargo, mientras los niños aprenden y refinan sus habilidades sociales a través de la interacción social (clases, deportes, fiestas, colaboración, etc.), la semilla de sus habilidades sociales y emocionales yace en los comportamientos aprendidos en el hogar y en su entorno inmediato.

Brooklyn, Años 50. Foto: Arthur Leipzig

Hasta la primera mitad del siglo XX, era normal que vecinos e incluso completos desconocidos elogiaran o censuraran el comportamiento de un niño, haciendo cumplir las reglas aprobadas de comportamiento social y, por lo tanto, participando activamente en la crianza de un niño. 

Sin embargo, con la aparición de nuevas teorías educativas a finales de la década de 1960, se descartó la antigua tradición de la educación comunitaria, estableciendo que solamente los padres, tutores y maestros del niño podían educarlo. 

En los últimos años esta tendencia se ha vuelto aún más restrictiva, dejando a los padres solos en la tarea de corregir a sus hijos, aconsejándoles que apliquen un diálogo razonable con el niño en lugar de las formas tradicionales de castigo. 

Y aunque afortunadamente la violencia infantil ha disminuido, la tendencia a dejar la responsabilidad exclusiva de la crianza de los niños a los padres parece haber fracasado.


Los estudios sociales y psicológicos demuestran que los niños que crecen con estrechos vínculos con una comunidad tienen un mayor sentido de pertenencia y mayores niveles de autoestima. 

Los niños criados en comunidades estrechas se sienten aceptados, apoyados e integrados al resto de sus miembros. Su relación con la comunidad y el mundo que los rodea es libre, natural y equilibrada. Todo esto proporciona al niño un sentido de seguridad y una sana autoestima, en el conocimiento de que tiene un papel que desempeñar en la comunidad.   

Los niños que carecen de estos elementos emocionales durante su crianza pueden sentirse desconectados, e incluso separados de la sociedad en general. Tienden a presentar problemas de adaptación social, tienen una mayor incidencia de comportamiento agresivo, depresión y baja autoestima. 

El aislamiento, el ostracismo y la inadaptación social acarrean una serie de consecuencias negativas, tanto para el individuo como para la sociedad en la que vive.

Los niños que no encuentran el apoyo emocional que necesitan en casa a menudo recurren a los lazos escolares para sentirse seguros. Cuando la escuela no proporciona un entorno de apoyo e integración, los niños por lo general abandonan la escuela, rompiendo aún más sus vínculos con una sociedad que solo parece rechazarlos. 

Si un niño no encuentra apoyo y aceptación dentro de su círculo inmediato, lo buscará en otro lugar, a menudo gravitando hacia grupos de otros inadaptados sociales. 

Aunque la cohesión de los miembros de estos grupos tiende a ser alta - a través de la lealtad y la hermandad -, son vulnerables a convertirse en blanco de grupos criminales o radicalizados que manipulan su descontento social para sus propios fines, poniendo a sus miembros en un alto riesgo social.

El auge de las redes sociales en los últimos años solo ha aumentado este riesgo, debido a su naturaleza intrínsecamente individualista, y su poder para galvanizar a los grupos y exacerbar los extremos.


Los problemas sociales derivados de la fragmentación inicial de la cadena social son extensos y extremadamente complejos de erradicar. Ni una sola entidad es capaz por sí sola de proporcionar una solución una vez que se propagan y se convierten en un comportamiento arraigado. 

Su solución más simple, y su prevención más segura, es proporcionar a los niños desde la infancia los elementos necesarios de orientación, apoyo e integración en la comunidad. Y estos solo pueden venir a través de los esfuerzos combinados de los padres y tutores con sus familiares inmediatos y el resto de su comunidad.  

De igual forma, las sociedades con fuertes vínculos comunitarios presentan tasas menores de descontento social y a menudo son más resistentes a la crisis, ya que el individuo y el colectivo interactúan en simbiosis y son interdependientes entre sí.
Criar a los hijos es una tarea compleja, llevada a cabo a través de milenios por el esfuerzo conjunto de padres, tutores, parientes, niñeras, institutrices, educadores y más. 

Pero además del esfuerzo que requiere, el ser humano esta programado para aprender de todo el entorno que le rodea: amigos, compañeros de clase, vecinos y todo lo que impregna nuestra sociedad.

Los padres que descuidan la crianza de sus hijos y dejan esta tarea a los maestros o la ayuda del hogar, a menudo encuentran que su autoridad es ignorada. 

Cuando los niños notan que sus padres no están cerca para enseñarles modales sociales, establecer límites, proporcionar orientación, alabanza o apoyo, también son menos propensos a obedecerlos cuando llega el momento de aplicar la disciplina.

En una escala más global, este descuido puede significar que los niños no están siendo criados por sus padres o tutores, sino por innumerables influencias externas. Algunos de ellas pueden enriquecer su educación, pero otras pueden ser potencialmente perjudiciales para su desarrollo y, por extensión, para la sociedad.

Los psicólogos infantiles están de acuerdo en que, a menudo, el mal comportamiento en los niños no es más que un grito de ayuda, una llamada desesperada por atención.

Aunque a menudo se la considera una intromisión, la intervención activa para corregir a los niños -incluso a los niños desconocidos- puede ser más importante de lo que pensamos.

En 2018, la locutora y escritora sueca Alexandra Pascalidou entrevistó a Martin Karlsson, un antiguo neonazi que la había acosado durante mucho tiempo. Cuando se le preguntó cómo había iniciado el camino del nacionalsocialismo, Martin respondió que su padre lo había echado de la casa y que había terminado en un hogar de acogida. Luego, comenzó a salir con amigos en la escuela que eran neonazis. 

"Los maestros miraban y sacudían sus cabezas", dijo Martin. "Ningún adulto reaccionó a que leyera libros raros, que usara botas de combate, o que tuviera una esvástica en el bolsillo de mi pecho. Nadie - ningún maestro, trabajador social, oficial de orientación - dijo una palabra. Gritábamos [insultos] a la gente, y los adultos simplemente suspiraban y se alejaban." 

Más tarde añadió, "Nadie me estableció un límite o trató de detenerme. La gente tiene tanto miedo de decir que está mal ser un neonazi. Si alguien me hubiera dicho "Por el amor de Dios, Martin", cuando tenía 16 años, no creo que me hubiera radicalizado."

Quizás es hora de volver a las antiguas tradiciones, en las que cada miembro de una sociedad era un eslabón importante de la comunidad y tenía un papel que desempeñar. 

Para tener una sociedad sana y cohesionada, debemos comenzar por fortalecer sus cimientos - la familia y la comunidad. Esto implica involucrarse, no permanecer indiferente, y poder actuar cuando sea necesario.

Puede que no nos demos cuenta, pero nuestras sociedades están hechas por todas nuestras pequeñas acciones e inacciones. Nadie es una isla, y en nuestras comunidades todos somos responsables los unos de otros.

Todos formamos parte de la solución. Porque, después de todo, se requiere de toda una aldea para criar a un niño.


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