¿Las plantas pueden oir? ¿Pueden los árboles hablar? ¿Pueden pensar? Hasta hace poco, todas éstas posibilidades pertenecían a los límites de la fantasía y la ciencia ficción.
Por miles de años, hemos otorgado atributos humanos a los árboles, pero sólo recientemente la ciencia ha encontrado evidencias contundentes de las similitudes entre plantas y humanos en la forma en que colaboran, se comunican, y responden a estímulos externos.
Según la escalera de la vida de Aristóteles, el hombre está en la cima de la pirámide, mientras que las plantas están ubicadas en el último escalafón, junto a pequeños organismos pluri y unicelulares.
Esta organización ha sido usada, enseñada, y permanecido básicamente indispuatada por siglos.
Las especies botánicas son consideradas criaturas sin inteligencia, pasivas y sin sentimientos, cuya única función es producir oxígeno a través de la fotosíntesis, y servir de alimento y forraje para el resto de la cadena alimenticia.
Parecemos tan seguros de nuestra supremacía humana que, en una encuesta reciente pidiendo a los participantes describir qué veían en una foto de un hombre parado en medio de un bosque, el 98% ignoró por completo la predominante vegetación.
Ésta “ceguera hacia las plantas” es un rasgo evolutivo - es muy poco probable que seamos devorados por un árbol o arbusto, y por ello mantenemos nuestra atención libre para notar depredadores y comida - pero refleja la arrogancia que prevalece hasta nuestros días.
Aunque en el pasado han habido experimentos que trataron de probar la sensibilidad y conciencia de las plantas, estos carecían del suficiente rigor científico para ser concluyentes.
Afortunadamente, el nuevo siglo y las nuevas tecnologías han traído una percepción más amable e inclusiva hacia los árboles y plantas.
Los botánicos y expertos en fisiología botánica - el estudio de la función y comportamiento de las plantas, la cual incluye los procesos dinámicos de crecimiento, metabolismo, reproducción, defensa y comunicación- han conducido interesantes experimentos que exploran los sentidos y reacciones de las plantas. Y sus resultados está desafiando nuestros viejos conceptos sobre las habilidades y la sensibilidad de las plantas, abriendo nuestros ojos a nuevas posibilidades.
Pero primero, debemos poner las cosas en la perspectiva adecuada.
Las plantas no están ni cerca de asemejarse a los seres humanos o a los animales. Las plantas y los árboles no tienen boca ni sistema digestivo, y sin embargo se nutren y beben. Las plantas no tienen cuerdas vocales, pero producen sonidos. Las plantas no tienen ojos, pero perciben la luz, algo indispensable en su proceso de fotosíntesis. Las plantas no tienen nariz ni pulmones, pero respiran. No tienen sistema nervioso, pero sienten. No tienen músculos, pero se mueven.
De hecho, si un escritor de ciencia ficción necesitáse inspiración para crear una forma de vida alienígena, sólo necesitaría buscar en cualquier jardín.
En éste órden de cosas, ¿es demasiado irrisorio pensar que los árboles y las plantas puedan comunicarse? Varios experimentos ahora afirman que sí pueden, y en más formas de las que alguna vez creímos posible.
Tal como lo explicó el doctor Stefano Mancuso, las plantas son mucho más sensibles que los animales. Una sola planta es capaz de detectar al menos 20 parámetros químicos y físicos de manera simultánea, algunos de los cuales están bien alejados de nuestra experiencia, tales como la sensibilidad a los campos magnéticos, gradiente eléctrica, radiación, acidez y metales pesados en el agua, aire y suelo.
Las plantas y los árboles son organismos altamente especiaizados que se han adaptado al medio ambiente de manera muy diferente a nosotros, y esas diferencias también se aplican a la forma en que se comunican.
En un estudio del 2012, la científica de plantas Mónica Gagliano y sus colegas reportaron haber detectado chasquidos provenientes de las raíces de una planta. El equipo de investigación utilizó un láser vibrómetro enfocado en las raíces de la planta mientras estaban sumergidas en agua en un ambiente controlado, verificando así que los sonidos emanaban de las raíces y no de otra fuente.
Éste experimento ha sido replicado de manera exitosa por otros científicos alrededor del mundo, incluso utlizando un equipo de baja tecnología, con la anecdótica adición de que los sonidos de la planta cesaban tan pronto alguien entraba a la habitación.
La doctora Lilach Hadany de la Universidad de Tel-Aviv estima que las plantas pueden ser capaces de producir sonidos debido a las burbujas de aire en sys xilemas, los tubos que transportan agua y nutrientes desde las raíces hasta sus tallos y hojas.
El estrés hídrico puede causar la formación de burbujas en los xilemas, produciendo un sonido como el que hacemos al sorber líquido por una pajilla.
Estos sonidos son ultrasónicos - entre 20-100kHz- muy lejos de la capacidad de audición humana, pero algunos científicos proponen que algunos insectos y animales podrían ser capaces de escucharlos, lo cual tiene sentido en el mundo de las plantas.
Sin embargo, la pregunta acerca de la función precisa de estos ruidos aún permanece abierta.
El Olivo Pensador, en Italia
Algunos científicos estipulan que las plantas usan sonidos para comunicar su estés hídrico, para atraer insectos, o para alertar a otras plantas de peligros cercanos.
Pero además de producir sonidos, las plantas también parecen ser altamente sensibles a las ondas sonoras. Gagliano ha observado que el crecimiento de las raíces de una planta responde a los sonidos cambiando el sentido de su crecimiento, una experiencia efectivamente repetida por el doctor Mancuso.
Todo esto nos hace preguntarnos ¿Las plantas pueden escuchar?
Parece que el viejo consejo de hablarle a las plantas es cierto - a pesar de carecer de oídos, las plantas parecen ser altamente sensibles a los sonidos.
Aparentemente, las plantas pueden percibir sonidos a través de los pétalos de sus flores o sus hojas, e incluso sus raíces.
En un estudio publicado en 2017, Mónica Gagliano halló que las plantas parecían capaces de sentir el sonido del agua a través de sus raíces, guiándolas así para ubicar su fuente bajo tierra.
En 2019, un
estudio liderado por la doctora Hadany halló que las flores de la hierba del asno (
Oenothera drummondii) incrementaba el nivel de azúcar en su néctar cuando eran expuestas al sonido del revoloteo de una abeja (su principal polinizador).
Otras plantas (tales como la Nepenthes hemsleyana) incluso parecen haber evolucionado para capturar mejor las ondas sonoras de sus polinizadores.
El Centro Qingdao de Investigación e Ingeniería Física para la Agricultura ha tomado un enfoque práctico a esta sensibilidad al sonido, diseñando un módulo especial que emite sonidos a las plantas, probándola en campos de arroz. Como resultado, han reportado que su uso ha incrementado la producción de arroz, disminuyendo la necesidad de fertilizantes.
Si esto es sorprendente, lo es aún más el que las plantas parecen tener memoria y pueden ser entrenadas.
Entre otros botánicos que han realizado experimentos de memoria con plantas, el doctor Stefano Mancuso entrenó exitosamente una Mimosa pudica - una planta cuyo reflejo es remover sus hojas ante cualquier contacto- a no cerrar sus hojas ante un contacto no amenazante, y dejó registrado que la planta recordó este entrenamiento por 40 días consecutivos.
En otro experimento, plantas expuestas a los sonidos de una oruga mordiendo produjeron más químicos para evitar su alimentación cuando más tarde fueron atacadas por verdaderas orugas, un resultado que se asemeja a una respuesta Pavloviana, algo que se pensaba sólo posible en animales.
Pero tal vez la forma de comunicación más interesante de las plantas es la otorgada por la red micorrhizal encontrada en los bosques, el llamado “internet de los bosques.”
Éste es un complejo sistema simbiótico de interconexiones entre las raíces de los árboles, plantas, y todos los demás organismos vivos en los suelos, incluyendo hongos y bacterias (la palabra micorrhiza deriva del griego “Myco, “hongo”, y Rhiza, “raíz”).
En ésta red, las plantas, árboles, hongos y bacterias no sólo se ayudan mutuamente al intercambiar nutrientes vitales (los hongos proveen nitrógeno, fósforo y otros minerales a las plantas, y los árboles proveen de azúcares a los hongos), sino que también permiten a sus miembros comunicarse con los alrededores a través de la red de raíces y filamentos de los hongos, llamados micelios.
Ésta red -la cual se asemeja increíblemente a la red de conexiones neurales en el cerebro- puede cubrir amplios espacios en el bosque, permitiendo a los árboles y plantas comunicarse entre sí a pesar de estar a millas de distancia.
Red Micorrhizal (Foto: National Forest Foundation)
Todas las plantas, hongos, árboles y microorganismos interconectados en ésta red intercambian información que puede impactar en su sobrevivencia, tales como la presencia de depredadores y toxinas, estresores medioambientales, disponibilidad de agua, etc.
Los árboles y las plantas utilizan intercambios químicos para conectarse y contactar a otros árboles y plantas, y al contrastar las diferencias y similitudes de su composición microbiana, también son capaces de reconocer a su propio grupo familiar, tal como nosotros podemos reconocer rasgos similares en los rostros de nuestros familiares.
Pero si el reconocimiento del grupo familiar es algo sorprendente, también es interesante notar que los árboles y plantas privilegian sus intercambios con su propia familia, compartiendo sus nutrientes con los árboles más jóvenes o los individuos enfermos de su propia familia antes con los individuos necesitados de otros grupos. Algunos estudios incluso han reportado jerarquías dentro de cada comunidad.
Sin embargo, la cooperación entre especies está en el corazón del mundo botánico. Los
científicos han encontrado que la comunicación entre individuos que comparten la misma red micorrhizal - por ejemplo, entre abetos y abedules- aumenta su bienestar y resistencia, y es vital para la sobreviencia del bosque.
Tal como lo expresó Peter Wohlleben, “Un árbol es sólo tan fuerte como el bosque que lo rodea”.
Cooperación, colaboración, comunicación...¿En verdad los árboles pueden decidir sobre éstos mecanismos, o no son más que adaptaciones evolucionarias automáticas?
El doctor
Paco Calvo de la Universidad de Murcia en España se enfocó en este tema, logrando dormir a una planta
Mimosa pudica usando un anestético común. Cuando se colocaron electrodos en las hojas, éstos registraron la supresión de actividad eléctrica en ellas, probando que la planta había sido efectivamente “dormida”.
Dado que los anestésicos son para uso en animales (criaturas con sistema neural), éste experimento evoca la pregunta - ¿significa éste resultado que las plantas tienen conciencia?
Tan imposible como pueda sonar esta posibilidad, otros experimentos también demuestran que plantas tan simples como las habichuelas modifican su comportamiento dependiendo de lo que sienten a su alrededor, bien sea una vara para proporcionar apoyo, o un competidor para luz y nutrientes.
Todo lo cual proporcional soprendente evidencia de la conciencia de las plantas.
El concepto para el árbol de las almas en “Avatar” se basó en la red Micorrhizal.
¿Significa todo esto que las plantas son inteligentes?
La respuesta dependerá del concepto de ‘intelligencia’ que se utilice. Si describimos ‘intelligencia’ como ser capaz de articular pensamientos y emociones y hacer cálculos, estaríamos circunscribiendola sólo a la raza humana.
En profesor Tony Trewavas de la Universidad de Edinburgo declaró una vez: “bajo una definición amplia, las plantas pueden ser consideradas como inteligentes porque responden claramente a los estímulos en formas que mejoran sus probabilidades de sobrevivencia,” añadiendo que “toda vida es inteligente, porque si no lo fuera simplemente no estaría aquí.”
Sin embargo, algunos científicos aún rechazan la idea de ‘inteligencia de las plantas’, arguyendo que las plantas no tienen cerebro o neuronas y por ello carecen del mecanismo para pensar. Sin embargo, está bien documentado que el
moho mucilaginoso (
Physarum polycephallum), un organismo sin cerebro o sistema nervioso, es capaz de resolver laberintos complejos y otros desafíos.
Un concepto más amplio y generoso define la inteligencia como ‘la habilidad de resolver problemas’. En éste caso, como ha sido comprobado en la naturaleza y en múltiples experimentos controlados, las plantas pueden ser efectivamente descritas como ‘inteligentes’.
Otro concepto de inteligencia, como el usado por el doctor Michio Kaku, establece varias condiciones y varios niveles de inteligencia, incluyendo la conciencia de la criatura de su posición en el espacio, su conciencia de jerarquía, etc. Y sin embargo, incluso bajo esta rigurosa conceptualización, las plantas califican como seres inteligentes - incluso plantas tan simples como el arroz.
Dado que todas las especies botánicas que nos rodean son el resultado de millones de años de evolución exitosa, ¿deberíamos sorprendernos? Tal vez no.
El eminente botánico francés, doctor Francis Halle, describió que, después de que los científicos norteamericanos secuenciaron el ADN humano (con 26.000 genes), su propio equipo de investigación sequenció el genoma del arroz, contabilizando unos increíbles 50.000 genes.
Este hallazgo pareció destrozar el concepto de que el hombre - una criatura mucho más compleja que una planta de arroz, y en la cima de la pirámide evolutiva- debía tener la mayor cantidad de genes. Sin embargo, su colega, el doctor Axel Kahn explicó que su resultado era correcto - mientras más evoluciona una criatura, más genes tiene, y ésto sólo probaba que la planta de arroz era más evolucionada que los humanos.
“¿Cómo es eso posible?”, puede que piensen. Y la respuesta es: el éxito en la naturaleza no se mide en términos de logro tecnológico sino por niveles de adaptación y sobrevivencia.
Las plantas se originaron mucho antes que los humanos y han estado en el planeta por mucho más tiempo - algunas de ellas ya estaban aquí cuando los dinosaurios recorrían la faz de la Tierra. Todas las especies botánicas que vemos a nuestro alrededor se han adaptado a millones de años de cambios y desafíos, logrando ser exitosas a través de la cooperación con otros organismos vivos.
De hecho, tal como lo expresó el eminente atrofísico Carl Sagan, “los prokariotes y los protistas son nuestros ancestros”.
Y no debemos olvidar que compartimos 50% de nuestro ADN con los árboles.
Estos descubrimientos han conmocionado a los seguidores de la teoría de Darwin. Pero no debemos olvidar que incluso el notable científico británico manifestó un gran interés por las plantas y su similitud con las respuestas animales.
En 1880, Charles Darwin publicó un libro acerca de sus estudios detallados sobre las plantas, “El Poder del Movimiento en las Plantas”, el cual muchos consideran el primer estudio moderno del crecimiento de las plantas.
En éste libro, así como en investigaciones previas, Darwin enfocó su atención a las similitudes entre plantas y animales, remarcando al menos tres: sensibilidad al tacto (tigmotropismo), sensibilidad a la luz (fototropismo), y sensibilidad a la gravedad (geotropismo).
Además, Darwin estudió el sueño en las plantas (nictinastia), y determinó que ésto ocurría para proteger a las hojas de daño por la radiación (si dudan que las plantas duermen, miren a las zinnias y cómo cierran sus pétalos al atardecer, para reabrirlos cuando sale el sol.)
A través de millones de años de evolución, las plantas y los árboles han desarrollado mecanismos para comunicarse entre ellos y con los insectos y pequeños animales que pueblan su mundo.
Los árboles y las plantas se mueven a una velocidad mucho más lenta que los humanos, y puede que no comprendan nuestras palabras -así como nosotros tampoco comprendemos sus mensajes químicos-, pero ésto no significa que no puedan comunicarse.
Aunque es tentador otorgar cualidades humanas a las plantas y árboles, eso sería tan incorrecto como negar que éstas poseen sus propios y únicos métodos de respuesta.
No debemos esperar que las plantas procesen pensamientos o hagan cosas humanas tanto como esperar que un humano transforme el CO2 en oxígeno. Usar parámetros humanos para medir las respuestas de otra especie sólo nos puede llevar al error.
Si descendemos de nuestro pedestal Aristotélico y empezamos a conectarnos con todas las epecies vivas con el mismo nivel de respeto, puede que podamos empezar a reparar el balance roto que hemos causado en el planeta.
La naturaleza está lista para hablarnos - ¿Estamos listos para escuchar?
Para Explorar Más...
De los Ents de la saga El Señor de los Anillos, a la Tiendita de los Horrores y la Abuela Sauce en “Pocahontas”, las películas y la literatura nos ofrecen muchas historias de ficción sobre árboles y plantas parlantes. Algunos libros que tienen como personaje principal a árboles que sienten y hablan incluyen: “El Árbol Generoso”, de Shel Silverstein, “Las Dos Torres”, de J.R.R. Tolkien, “The Three Talking Trees” de Francis Timoney, “The Oak King and the Ash Queen”, de Ann Phillips, y “The Last Tree”, de Sophie Lipton.
Para Saber Más...
*¿Tienen curiosidad por saber más sobre el comportamiento de las plantas y árboles desde el punto de vista de la ciencia? Entonces lean cualquiera de éstos libros - o mejor aún, ¡todos ellos!:
- “Verde Brillante: La Sorprendente Historia y Ciencia de la Inteligencia de las Plantas” por Stefano Mancuso y Alessandra Viola.
- “La Vida Secreta de los Árboles” por Peter Wohlleben.
- “En Busca del Árbol Madre” por Suzanne Simard
*¿Quieren saber más sobre la red micorrhizal? Vean este breve pero completo y entretenido video, basado en las investigaciones de la doctora Suzanne Simard:
https://www.youtube.com/watch?v=V4m9SefyRjg
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