Organilleros - Tesoros Vivos de la Humanidad

De vez en cuando, el ruido ensordecedor de la ciudad se interrumpe de pronto por una serie de dulces sonidos armónicos, reminiscentes de otras épocas. 
 
Épocas más gentiles y felices, cuando la gente tenía tiempo para disfrutar las cosas simples de la vida, y los niños saltaban la cuerda, se maravillaban de las pompas de jabón y jugaban seguros en la calle. 
 
La evocativa música que inunda la calle y hace regresar el tiempo es tocada por un organillero, un músico errante tradicional de siglos de antigüedad. 
 
Y el efecto mágico de su música no es mero producto del azar.

Héctor Lizano y su organillo, en Santiago

Junto con los calíopes y bandoneones, los organillos se desarrollaron en Europa junto con la revolución industrial. Los organilleros no eran raros de ver en las calles de países germánicos en el siglo XIX. 

La escritora suiza Johanna Spyri incluso incluyó a uno en su celebrada novela infantil, “Heidi”.

En el siglo XIX, la tradición viajó a América, llevada por músicos errantes provenientes principalmente desde Alemania e Italia, arraigándose en México y países de fuerte herencia Europea, tales como Argentina, Perú, Chile y Uruguay. 

Al expandirse las ciudades, y volverse más ruidosas y hostiles hacia los actos callejeros, la tradición del organillero - como muchos otros oficios - se perdió durante el siglo XX. 

Actualmente, sólo dos países en el mundo mantienen la tradición del organillero como un oficio permanente : México y Chile. 

Aunque tanto los organilleros chilenos y mexicanos trabajan con instrumentos alemanes o italianos, cada uno desarrolló diferentes características regionales. 

En México, el organillo era un instrumento alquilado por individuos para hacer dinero por algunos períodos de tiempo, y era usado en presentaciones de circo, festivales, serenatas, y fiestas privadas. 

Los organilleros en México usualmente visten un uniforme gris o pardo, en referencia al uniforme militar utilizado por el general Pancho Villa.

Organillero en Ciudad de México

En Chile, el organillero era dueño de su instrumento, y tocarlo era su trabajo a tiempo completo. Como tal, trabajaba en espacios públicos, ferias y fiestas privadas, pero rara vez se asociaba con el circo. En cambio, era y sigue siendo un personable infaltable en Fiestas Patrias. 

El organillero chileno usualmente viste un gillet y sombrero negros, y aunque la mayoría de ellos son hombres, también hay mujeres, que visten de manera similar. 

La música tocada por ambos también difieren : los organilleros mexicanos prefieren las canciones tradicionales mexicanas y tonadas latinoamericanas, mientras que los organilleros chilenos prefieren las canciones folklóricas chilenas, algunos valses europeos y canciones mexicanas. 

Igualmente, mientras los organilleros mexicanos llevan a cuesta su instrumento de una pata, la mayoría de los organillos en Chile van sobre un carrito de ruedas neumáticas, haciéndolo más fácil de transportar. 

Además, en Chile el organillero debe poseer la habilidad de entrenar y trabajar con un lorito, así como la habilidad de crear juguetes tradicionales (molinillos de papel, muñecas, pelotas de aserrín, “ranitas”, etc.) para vender. 


Los primeros organilleros llegaron a América desde Europa durante la segunda mitad del siglo XIX, especialmente desde Génova, Berlín y Sajonia. Estos músicos ambulantes visitaban los puertos comerciales y las ciudades principales de cada región. 

Para finales del siglo, el oficio se hallaba establecido en la región, y los primeros artistas locales empezaron a importar instrumentos de Alemania e Italia.

Estos son los mismos organillos que aún se tocan hoy en día, debido a que el oficio de crear estos instrumentos se perdió durante la primera parte del siglo XX.

De hecho, la artesanía de reparar estos delicados instrumentos de relojería hoy en día sólo se encuentra en Chile, realizado por un puñado de hábiles artesanos dedicados a este arte.

A diferencia de los calíopes, el organillo trabaja con un fuelle interno, que se expande y contrae a través de un mecanismo de relojería controlado por una manivela. El flujo constante de aire a través de sus flautas es lo que le da al organillo su “voz”, modulada por las clavijas de los cilindros - que contienen la música codificada - rotando dentro de la caja de madera. 

El organillero debe ser muy hábil en mantener el tiempo al girar la manivela: si lo hace muy lento, el organillo no sonará; si lo hace muy rápido o de manera errática, puede dañar el instrumento.

Foto: Paulina López

En sus orígenes, el organillero trabajaba junto a un monito entrenado, el cual bailaba y recolectaba las monedas de la audiencia. Sin embargo, al no ser una especie endémica, los monos eran difíciles de conseguir en Chile, y a veces reaccionaban de manera agresiva con los niños. Por ello, con el tiempo fue remplazado por el loro, el cual es endémico, más fácil de entrenar y de mejor carácter.

Aunque algunos loros son entrenados para bailar, e incluso silbar junto con las canciones tocadas por el organillero, con el tiempo su principal función pasó a ser leer la suerte, al seleccionar papelitos con augurios para la audiencia donante.

Pista de Audio: Escucha la música de un organillero: 

http://www.chileparaninos.gob.cl/639/w3-article-553683.html 

Además de llevar alegría y música a parques y plazas, el organillero también vende pequeños juguetes. Y aunque las artesanías tradicionales de papel y cartón han sido remplazadas por juguetes plásticos, los molinillos continúan siendo la marca tradicional de su oferta.

Foto: Patricio Casassus

En Chile, el organillero continuó como un músico errante en solitario hasta mediados del siglo XX, cuando se le unió otro artista callejero local: el chinchinero

El chinchinero se originó en Chile, una mezcla de hombre orquesta y los tamborileros andinos de la colonia, quienes llevaban un gran tambor (bombo) en la espalda, tocado con ambas manos. A este instrumento añadieron platillos dobles, tocados con el pie a través de una cuerda conectada a estos.

El fuerte pulsar del bombo, y el brillante resonar de los platillos del chinchinero ofrecían una sección rítmica contrastante al dulce sonido del organillero, añadiendo un vívido ritmo andino a su dulzura europea. 

Con el tiempo, sin embargo, el chinchinero desarrolló una nueva habilidad: bailar mientras tocaba los dos instrumentos. 

Las audiencias miran encantadas la destreza de los chinchineros mientras tocan el bombo y los platillos, bailan, giran y saltan a la velocidad del rayo, sin jamás tropezar o perder el ritmo. 

Aunque los chinchineros pueden presentar shows por sí solos, es el dúo junto a los organilleros el que atrae el mayor número de público.



En Chile, diferentes familias de organilleros-chinchineros se han agrupado en organizaciones, creando en el 2001 la Corporación Cultural de Organilleros de Chile, como una especie de gremio para proteger su oficio y a sus miembros practicantes.

Algunas de las familias que han pasado esta tradición de generación en generación incluyen a los Lizana (cuyo patriarca, Héctor Lizana, originó el show de baile del chinchinero), los Saavedra Toledo , y los Toledo Peralta.

La familia Lizano incluso ha recorrido el mundo con su espectáculo, incluyendo el Orgenfest en Waldkirch, Alemania, para presentar su espectáculo único que, en palabras de los propios espectadores, regresaron a Alemania un pedazo de cultura que allá parecían haber olvidado.

Video (5:40) 

https://youtu.be/aTgbLuDAX2Q

 En el 2013, la UNESCO declaró a los Organilleros y Chinchineros como tesoros humanos vivos.

Sin embargo, ésta noble distinción no los ha protegido de la extinción. 

La modernidad ha jugado en contra del modesto arte del organillero. El exceso de ofertas de entretenimiento y la tecnología les han robado a los niños (su audiencia primaria), y el cinismo creciente de la vida moderna ha endurecido los corazones del resto de su público. 

Sin embargo, el organillero es una tradición noble y de larga data, que aún es avalada por audiencias tradicionales y nostálgicas, y como tal, valientemente se rehúsa a desaparecer. 


Familia Toledo Peralta

Corriendo junto con los tiempos, los organilleros han extendido sus esfuerzos a Facebook, YouTube e Instagram, donde se han organizado en grupos, dictan talleres, charlas, y se apoyan mutuamente, aceptando a todos aquellos interesados en aprender y expandir esta tradición. 

Los organilleros son una raza noble de artistas dedicados por completo a su oficio, y a transmitirlo de generación en generación. Son los guardianes de una tradición centenaria, enamorados de lo que hacen, llevando ese amor, y un toque de brillantez y alegría sana a nuestras vidas sumergidas en modernidad. 

Sus dulces melodías, juguetes modestos, y amabilidad nos hablan de inocencia, pureza, gentileza y humanidad, recordándonos valores que, tales como su tradición, no deben jamás morir ni ser olvidados. 

Para Saber Más 

Interesante documental (17:56 min) acerca de los organilleros en Chile, con motivo de ser declarados Tesoros Humanos Vivos por la UNESCO: https://vimeo.com/136963015
 

Corto de los años 70 (5:40 min), acerca de un organillero en la ciudad de Santiago, contado por él mismo:  https://youtu.be/-TLYuVTWpYY
 

Fuentes: Sistema de Información para la Gestión del Patrimonio Cultural Inmaterial (SIGPA), Dibam.org, Wikipedia, Diario La Razón.















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